sábado, 20 de abril de 2013
viernes, 19 de abril de 2013
Alumnus,del latino "alére" es alguien "alimentado"
La pedagogía del proyecto de Arquitectura es una ramificación de la ciencia del entusiasmo. Por eso el arte del profesor consiste en crear esa especial atención, convertirla en voluntaria, ayudarla a construirse. Y una vez conseguida, conservarla, supervisar su engranaje y su funcionamiento, limitar su aplicación. Es tan necesario procurarla combustible como que éste sea el suficiente, sin excesos ni carencias, para que una vez fijada en un objeto de estudio, nos aseguremos de que es perseguido.
Ese estado es el motor secreto tanto del aprendizaje como del mismo hacer Arquitectura.
Porque estar entusiasmado supone estar invadido. Ceder a lo ajeno,
dejarse manipular y vencer, ver romperse una parte de uno mismo para
disfrutar de una especial trasmutación. Hacer que esto suceda de manera
prolongada en el tiempo, “hasta que las personas se transformen en
personas distintas” como dice Quetglas, con otros instrumentos mentales
ya propios e independientes del mismo profesor, es una tarea útil,
aunque de manera solo retrospectiva.
El aprendizaje del alumno no consiste, pues, en dar luz al “sin luz”, a-lumen, sino en proporcionar otro tipo especial de nutriente. Alumnus, del latino "alére" es alguien “alimentado”. Aunque en realidad no de conocimiento puro, sino de entusiasmo.
jueves, 18 de abril de 2013
Sejima & Ryue Nishizawa
SANAA (Sejima + Nishizawa y Asociados) es una firma de arquitectos
con base en Tokio. Fue fundada
por Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa y ha sido
galardonada con el Premio
Pritzker de Arquitectura 2010, el más importante
galardón otorgado internacionalmente a arquitectos por el conjunto de su obra. Coincide también este
mismo año con la designación de Kazuyo Sejima como directora de la Bienal de Arquitectura de Venecia,
tras haber ganado con anterioridad el Leon de Oro en la edición de 2004. Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa llevan 15 años de trabajo, desde
que comenzaron con SANAA
De acuerdo con el jurado de la
presente edición, los japoneses se hicieron merecedores al reconocimiento
debido a sus “estructuras etéreas, caracterizadas por la ligereza, la
transparencia y la sencillez”.
El museo, el único de Nueva York
dedicado exclusivamente a exhibir arte contemporáneo, fue fundado en West
Village en 1977 por la comisaría Marcia Tucker con la misión de promover el
nuevo arte y las nuevas ideas.
Tres décadas después, vuelve a abrir
sus puertas en la zona, en el barrio de Bowery,con el objetivo de seguir siendo
un lugar de experimentación continua,
El Nuevo Museo de Arte
Contemporáneo de Nueva York se reabre en un original edificio de cubos
rectangulares diseñado por los arquitectos japoneses Kazuyo Sejima y Ryue
Nishizawa, del estudio SANAA, en la parte baja de Manhattan.
El Nuevo Museo reabre sus puertas en el 235 Bowery entre Stanton y Rivington, bajo Maniatan.
Por mucho tiempo descuidado, el vecindario Bowery ha pasado por una reciente remodelación pero permanece áspero. El equipo del museo decidió mover las obras de arte desde un espacio temporal en SOHO hacia el lugar de un viejo parking en este vecindario, ya que la llegada del museo puede ayudar a reactivar la economía en el área. Además, el nuevo museo ahora tiene el doble de espacio que antes.
Este es uno de los ejemplos en el que se instaura un museo de arte contemporáneo, en este caso, en un barrio para mejorar la zona y atraer a un público diferente a este vecindario. Así se consigue en cierta medida no convertir un barrio en un gheto.
La arquitecta Sejima relata que han querido lograr establecer una relación entre el edificio, el museo, la calle Bowery y la ciudad de Nueva York.
La idea es que se convierta tanto en espacio que albergue arte de hoy, como que también sirva de incubadora para nuevas ideas para los artistas que se proyectan hacia el futuro.
SANAA diseño el interior para ser llamativo pero directo, y para que la arquitectura no abrumara sino que completara el arte. Además, los arquitectos escogieron exponer en las entrañas del edificio para que encajaran con los negocios de trabajo diario en Bowery.
Diseño:
La decisión del diseño sirve en parte como una respuesta al ajustado desarrollo de la zona.
El lugar mide 21.64 metros de ancho por 34,33 de largo y por la colocación de las cajas al norte, este, sur y oeste del eje central del edificio, SANAA pudo llenar mas espacio sin extender la estructura del perímetro. El desplazamiento también permite entrada de luz solar en cada nivel. Paneles delicados y ajustables previenen que la luz solar dañe las obras o cree destellos. Estas entradas de luz crean una atmósfera diferente de los demás ambientes monolíticos, oscuros y sin aire de muchos museos.
A la hora de construir este edificio de siete pisos, formado por siete cubos rectangulares desencajados, los arquitectos han querido jugar con la luz del día, de forma que la estructura, que parece monolítica desde el exterior, se convierte en el interior en dinámica.
El edificio de 54 metros de altura, se asemeja a una pila de siete cajas una sobre otras, inestablemente equilibradas. La decisión del diseño sirve como una respuesta al ajustado desarrollo de la zona, ya que de esta forma el edificio diseñando por SANAA pudo ocupar más espacio sin extender la estructura del perímetro.
Los arquitectos Kazuyo Sejima y Rue Nishizawa, han diseñado los siete niveles de este edificio como un arreglo de cajas desplazadas, cada una movida fuera del centro desde el nivel inmediato del suelo. Las cajas no se mueven hacia atrás en un arreglo consistente como el del edificio Empire State, sino que lo hace mas como una escultura irregular.
Conceptualización de Toyo Ito
El Pritzker de hace tres años a Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa debió de sorprender a Toyo Ito (Seúl, 1941).
Puede que gratamente. Sejima había trabajado para él en la época más
vanguardista del arquitecto japonés, cuando levantó la Torre de los
vientos de Yokohama, cuya iluminación cambiaba con la brisa. Luego, como
ella misma respetuosamente admitió, sus intereses se alejaron. Es
cierto, pero también incompleto. Ito se había apartado de la ligereza
anterior porque, a sus 71 años, sigue buscando. Esa búsqueda define sus intereses y su obra. También le ha valido el Premio Pritzker.
“He proyectado arquitectura teniendo en cuenta que ésta será mejor si
nos libramos, aunque sea un poco, de cualquier limitación. Sin embargo,
cuando termino un edificio, me doy cuenta con dolor de mi propia
incapacidad. Esa incapacidad se convierte en energía para abordar el
siguiente proyecto. Ese es mi proceso creativo y, seguramente por eso,
mi arquitectura nunca tendrá un estilo fijo ni yo quedaré satisfecho con
ninguno de mis trabajos”.
Esa ha sido la reacción del arquitecto al saberse, finalmente,
ganador del Pritzker. El reconocimiento le llegó mucho antes. El mismo
año en que Sejima y Nishizawa recibían este galardón, su país le
concedió el Praemium Imperiale. El RIBA londinense lo había condecorado
en 2006 y la Bienal de Venecia madrugó para reconocer con un León de Oro
toda su trayectoria en 2002. El pasado verano Toyo Ito regresó a esa
ciudad italiana. Su propuesta Home-for-All, en el pabellón japonés, no
hablaba de experimentación tecnológica ni de innovación material, ni
siquiera de formas orgánicas para mejorar la huella dejada por el
Movimiento Moderno. Hablaba de la gente que se había quedado sin casa en
Fukushima. También allí debía llegar la mejor arquitectura.
Ito no se conforma con ahondar en una investigación o perfeccionar un
estilo. Por eso al amplio espectro tipológico de su obra se une un
abanico formal que impide clasificarlo. La suya es una obra en marcha,
una arquitectura que responde a contextos, programas y necesidades
concretas: lo opuesto a una firma de autor. No es esclavo de las formas
ni de las tecnologías. Y mucho menos, de su propio sello. Tal vez por
eso, el arquitecto chino Yung Ho Chang, jurado del Pritzker, ha resumido
sus trabajos en uno solo: “Hace avanzar la arquitectura y para
conseguirlo no tiene miedo de soltar lo que ya ha logrado”.
La versatilidad de Ito está así cimentada en una investigación
insaciable que le lleva a la vez a levantar obras que rompen con las
jerarquías y las separaciones espaciales, como la Mediateca de Sendai
(2001); edificios que emplean la piel como ornamento y estructura, como
el rascacielos para Tod's en Omotesando en Tokio (2004); inmuebles que
exprimen un peldaño más las posibilidades constructivas del hormigón,
como el Tanatorio en Gifu (2006); o pequeñas obras de arte, como el
pabellón abandonado hasta su incendio y destrucción en lo que debería
haber sido el Parque de Relajación de Torrevieja (Alicante).
Ese etéreo pabellón helicoidal de madera corona la mala fortuna de
los trabajos de Ito en España. No es casualidad que ninguno de ellos
figure en la galería de imágenes que acompaña el dossier del Premio
Pritzker. En Logroño, sus viviendas de protección oficial no han
encontrado compradores. Y en Barcelona, sus dos torres de la Fira, la
nueva feria de muestras, buscaron ensamblar los edificios existentes y
dotar de identidad a un barrio emergente con dos iconos difíciles de
olvidar. Es cierto que esos rascacielos son más llamativos que
excelentes, pero también lo es que cuando el presupuesto y el tiempo se
apuran, la arquitectura solo se puede envolver con papel de regalo: pura
fachada. Eso sucedió en Barcelona. En Madrid fue peor: el parque
ecológico de la Gavia, en el ensanche de Vallecas, debía aprovechar el
arroyo que lleva ese nombre, recuperar la antigua topografía del lugar,
reciclar el agua de lluvia en uno de sus lagos y esperar a que la
biodiversidad también regresara. Solo realizó una primera fase. Una vez
inaugurado, dejó de interesar. Se acabó el dinero. La planificación fue
nula. El parque hoy es vulgar: lo que debía ser un modelo de
sostenibilidad no se sostiene ni él.
Así, aunque el nuevo Pritzker retrate a la administración española
por su perfil más horrendo, premia sin duda a un profesional que,
todavía hoy, con muchas más luces que sombras, merece el galardón. En
activo y activando a los más jóvenes, Ito no solo ha demostrado ser
incansable a la hora de repensar la arquitectura: lleva unos años
repensando también el mundo. Nacido en la Corea ocupada por los
japoneses, llegó a su país con dos años. Instalados en Nagano, su madre
le encargó una casa a Yoshinobu Ashihara, que había trabajado con Marcel
Breuer. Con 12 años perdió a su padre y toda su familia trabajó
fabricando miso para hacer sopa. De aquella familia solo sobrevive su
hermana.
El arquitecto, que tiene una hija de 40 años, enviudó en 2010. Tal
vez por eso, en 2011, decidió ceder buena parte de su legado a un museo
que lleva su nombre en la isla de Omishima. El nuevo edificio está
formado por sólidos poliedros amontonados, pero junto a él se levanta la
reconstrucción de la vivienda de aluminio que construyó para sí mismo
en 1984. Su mensaje como arquitecto está en ese diálogo: los tiempos,
las necesidades y los contextos cambian; la arquitectura debe responder a
esos cambios.
martes, 16 de abril de 2013
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