domingo, 21 de julio de 2013

Arquitecto Peter Zumthor habla a los jóvenes que quieren ser arquitectos.





"Los jóvenes acuden a la universidad, quieren ser arquitectos o arquitectas, quieren averiguar si poseen las cualidades para ello. ¿Qué es lo primero que se les transmite? Lo primero que se les ha de explicar es que no se encontrarán con ningún maestro que plantee preguntas ante las cuales él sepa de antemano la respuesta. Hacer arquitectura significa plantearse uno mismo preguntas, significa hallar, con el apoyo de los profesores, una respuesta propia mediante una serie de aproximaciones y movimientos circulares.
 Una y otra vez. La fuerza de un buen proyecto reside en nosotros mismos y en nuestra capacidad de percibir el mundo con sentimiento y razón.
 Un buen proyecto arquitectónico es sensorial. Un buen proyecto arquitectónico es racional. Antes de conocer siquiera la palabra arquitectura, todos nosotros ya la hemos vivido. Las raíces de nuestra comprensión de la arquitectura residen en nuestras primeras experiencias arquitectónicas: nuestra habitación, nuestra casa, nuestra calle, nuestra aldea, nuestra ciudad y nuestro paisaje son cosas que hemos experimentado antes y que después vamos comparando con los paisajes, las ciudades y las casas que se fueron añadiendo a nuestra experiencia. Las raíces de nuestro entendimiento de la arquitectura están en nuestra infancia, en nuestra juventud: residen en nuestra biografía.
Los estudiantes deben aprender a trabajar conscientemente con sus vivencias personales y biográficas de la arquitectura, que son la base de sus proyectos. Los proyectos se abordan de manera que pongan en marcha todo ese proceso. Nos preguntamos qué es lo que entonces nos gustó, nos impresionó, nos conmovió en esa casa, en esa ciudad, y por qué. Cómo estaba dispuesto el espacio, el lugar, qué aspecto tenía, qué olor había en el ambiente, cómo sonaban mis pasos, cómo resonaba mi voz, cómo sentía el suelo bajo mis pies, el picaporte en mi mano, cómo era la luz sobre las fachadas, el brillo de las paredes. ¿Era una sensación de estrechez o de amplitud, de intimidad o vastedad? Pavimentos de listones de madera como ligeras membranas, pesadas masas pétreas, telas suaves, granito pulido, cuero delicado, acero rudo, caoba bruñida, vidrio cristalino, asfalto blando recalentado por el sol; he aquí los materiales de los arquitectos, nuestros materiales. Los conocemos a todos ellos y, sin embargo, no los conocemos.    
                                     Para proyectar, para inventar arquitecturas, debemos aprender a tratarlos de una forma consciente. Eso es un trabajo de investigación; eso es un trabajo de rememoración. La arquitectura es siempre una materia concreta; no es abstracta, sino concreta. Un proyecto sobre el papel no es arquitectura, sino únicamente una representación más o menos defectuosa de lo que es la arquitectura, comparable con las notas musicales.
 La música precisa de su ejecución. La arquitectura necesita ser ejecutada. Luego surge el cuerpo, que es siempre algo sensorial. Pensar en imágenes al proyectar algo entraña siempre pensar en la totalidad. Pues, por su naturaleza, la imagen muestra siempre la estructura total del sector de la realidad imaginada objeto de consideración, como, por ejemplo, la pared y el suelo, el techo y los materiales, la atmósfera luminosa y la tonalidad de un espacio.
 E incluso, igual que en el cine, vemos todos los detalles en la transición del suelo a la pared y de la pared a la ventana. Es evidente que, con frecuencia, estos elementos no están ahí al comenzar un proyecto, cuando intentamos hacernos una imagen del objeto que estamos pensando. La mayor parte de las veces, la imagen es incompleta al comienzo del proceso del proyecto, de modo que nos esforzamos por volver a concebir y clarificar una y otra vez el tema de nuestro proyecto, a fin de que las partes que faltan encajen en nuestra imagen.
 O, dicho de otro modo: proyectamos. La clara y concreta perceptibilidad de las imágenes que representamos nos ayuda a no perdernos en la esterilidad de abstractas hipótesis teóricas, a no perder el contacto con las cualidades de concreción de la arquitectura. Nos ayuda a no enamorarnos de la calidad gráfica de nuestros dibujos y a no confundirla con lo que constituye realmente una cualidad arquitectónica. Producir imágenes interiores es un proceso natural que todos nosotros conocemos. 

 Forma parte del pensamiento. Un pensamiento asociativo, salvaje, libre, ordenado y sistemático en imágenes, imágenes arquitectónicas, espaciales, en color y sensoriales; he aquí mi definición preferida del proyectar. Me gustaría transmitir a los estudiantes que el método adecuado para proyectar es ese pensar en imágenes." 
 
 Arquitecto suizo nacido en Basilea, hijo de un fabricante de muebles y maestro ebanista. Muy pronto rechazará un futuro dentro de la empresa familiar para estudiar diseño en su ciudad natal, formación que amplió en el Pratt Institute de Nueva York. Sin embargo, los conocimientos adquiridos en la etapa académica no harán más que aumentar su respeto por la artesanía, práctica que había obtenido en su época de aprendiz de ebanistería. Producto de esta dualidad, incorporar la calidad de lo artesanal a un profundo interés por el conocimiento del pensamiento moderno, surge en 1989 su primera obra conocida, la capilla de Saint Benedict, en una pequeña aldea del valle del Rhin. Una actuación deliberadamente rústica que al aportar una innovadora lectura del tradicional método constructivo local será, precisamente, la encargada de abrir el camino hacia el reconocimiento internacional. A partir de ese momento seguirán obras que muestran a Zumthor como un autor capaz de otorgar a su trabajo una carga formal incomparable. El amplio espectro de sus propuestas abarca desde la premeditada rusticidad de Saint Benedict, hasta la solidez de ese gran bloque de piedra y hormigón que formaliza su propuesta para los baños termales de Graubünden en Vals, Suiza. En la ladera del valle, un rotundo y elegante búnker perforado por aberturas cuadradas de diferentes proporciones, algunas acristaladas, mientras otras, precisamente las de mayor dimensión, confían en la solemnidad de su ajustada proporción para abrirse al paisaje. Un edificio de una plasticidad tan deslumbrante como asequible. En su interior la sorpresa continuará con el hallazgo de un espacio misteriosamente litúrgico, la gran piscina cubierta, que junto a climatizada pero al aire libre y en comunicación con la naturaleza, hacen de su visita una experiencia irrepetible. © José María Fernández Isla