de Stepien & Barno blog
En su día, si alguien nombraba la palabra “el arquitecto”
ya te imaginabas alguien importante a quien casi se podía reverenciar.
Sin embargo, en la actualidad, la profesión ha caído en desdicha; por un
lado, se asocia a un sector especulador que macizó media España y, por
otro, aunque sea dura la expresión, no tienen donde caerse muertos.
Ciertamente, en parte es así; pero solo en parte. Si miramos un poco
más allá, los que fueron la mano ejecutora del desastre urbanístico, en
realidad, fueron unos pocos y la suma del total de arquitectos sobrepasa
los 50.000. Todavía quedan, seguramente, 49.000 que no tuvieron nada
que ver con todo aquello.
La mayoría de ellos, se apasionaron por la arquitectura, como quien se enamora del amor.
De tan enamorados que estuvieron, las horas se les convirtieron en
minutos y todas ellas se iban en complacer a su amada arquitectura. Así
pasaron los cinco años de carrera o seis o más, porque en estas escuelas
las notas, en general, no se regalan, se sudan y de qué manera. Encima
de la tarima hay de todo, profesores buenos, profesores buenos pero con
un ego de elefante (que en realidad no son tan buenos) y, como en todo,
malos, muy malos. Pero casi todos ellos, incluso estos últimos, a su
manera están hipnotizados por la arquitectura.
Estos estudiantes, echan el resto en cada entrega, es decir en cada
proyecto que realizan, que no por casualidad se llama entrega. Y se auto-exprimen tanto que sus amigos desaparecen y ellos desaparecen para sus familias. Puede
dar la impresión, desde fuera, que es una vida dura; pero, desde
dentro, es la vida. La única vida que entienden cuando les pica el virus
de la arquitectura.
Una vez en la calle, ven la realidad y, a veces, la realidad no les ve a ellos.
Demasiadas horas entre arquitectos, demasiado tiempo pecando de
endogamia. Eso sí, el número de parejas entre cartabones y escuadras, o,
mejor dicho, entre polilíneas y fatal error, es con diferencia el mayor de todas las carreras.
Los arquitectos no duermen; no es broma, no duermen, o por lo menos
no lo hacen cuando tienen estar enfrascados en el final de un proyecto.
Están diseñados para la excelencia; sí, ya sabemos, que suena un poco
cursi. Pero es así. No se conforman con algo correcto, trabajan hasta
que ya no se puede mejorar o sí, pero llega la famosa entrega y en el
último minuto, sin aliento, llegan (cuando llegan) con toda la tarea. A
veces, después de cientos de horas de trabajo, no saben dónde tienen que
mandar proyecto y se les pasa el plazo. Son así. Con los detalles burocráticos no son muy buenos, con la gestión tampoco; les gusta más crear, soñar y pensar un mundo mejor.
Que están desconectados de la realidad. Puede ser, pero están hechos
de buena pasta y, a pesar de la que está cayendo, no se quejan mucho. Un
sector con mucho más del 50 por ciento de paro y casi no abren la boca.
Son modosos hasta para eso; de hecho, muchos todavía no
reconocen estar en paro, porque hay un proyecto, bueno, un posible
proyecto, para un primo suyo que quizás un día rehabilite no sé que
cobertizo. A veces el primo es el propio arquitecto. Esto de
amar lo que hacen, les lleva al dudoso límite entre ser buenos y ser
tontos. Se aprovechan de ellos, sin duda, y encima se sigue pensando que
cobran un pastón por hacer cuatro dibujos. Y no es así; en general,
dibujan y mucho, pero dibujan ilusiones, definen realidades y ayudan a muchas familias a que su existencia sea más feliz. Y, encontrar la felicidad es la única meta importante que vale la pena tener.
Por ello y por mucho más, aunque parezca que están locos y ya nadie
les necesita, los arquitectos no bajan la cabeza y siguen pensando que
una vida mejor es posible; un mundo con arquitectura de la buena; si no,
no vale la pena. En fin… esos locos arquitectos ¿tú también eres uno de
ellos?
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